Entré en aquel bisoño restaurante,
atestado de agentes elegantemente uniformados y dispuestos de manera simétrica
en todas las mesas, destinadas a dar buena cuenta de los deliciosos asados de
carne adobada de ternera marinada que
servían en el Brandenburger Tor Restaurant. Había llegado bajo las robustas
columnas coronadas con las águilas imperiales que habían implementado en la
avenida que, otrora era el símbolo de la elegante vida social de Berlín. El ambiente de tensión que dominaba la ciudad
estaba suavizado por la inminente celebración de los Juegos Olímpicos en aquel
lluvioso verano. Era como si una fuerza divina quisiera fastidiar la fiesta de
ensalzamiento nacionalsocialista que iba a suponer la celebración de las
Olimpiadas, ya que las condiciones meteorológicas parecía ser lo único que,
todavía, no controlaban los nazis.
Me
encontraba inmerso en la investigación del robo de documentación que podía
comprometer a algunos jerarcas nazis de asesinatos raciales y promover leyes en
contra de la sociedad judía. Se sospechaba de los comunistas, bueno en realidad,
los comunistas eran sospechosos habituales, pero su persecución había tomado
una tregua en aquellas semanas en que el Führer deseaba importar la estética
del partido y una mejor imagen al mundo, con el único objetivo de conseguir los
parabienes de los máximos mandatarios del resto de países. El régimen se había
extendido como una epidemia de cólera en una comunidad de inmunodeprimidos
hacinados y desde su ascenso al poder, me desmarqué de la policía del Alex para
dedicarme a la investigación privada. Mis dotes de sabueso y mi falta de
escrúpulos para tener algo que llevarme a la boca, me llevaron a aceptar esa
oferta de trabajo. No hicieron falta amenazas, 300 marcos al principio y otros
350 a la entrega de la documentación robada fue suficiente para venderme al
mismísimo Hans Falkenhorst, que ponía rostro a la mano que movía los hilos en
la sombra. Acepté sin dudar pero detestaba a los nazis como un gato herido
detesta el agua putrefacta de las cloacas.
Había
recibido un chivatazo de mi contacto y me dirigí a meter las narices en el
Brandenburger Tor. Pedí una cerveza y me senté en la barra mientras aguzaba el
sentido de la audición. Entonces entró Max y me dijo:
-Estás hecho un asco, viejo Bauman- Max Klausen era periodista del
Berliner Morgenpost. Su fama de lameculos no tenía límites y gracias a ello había
conseguido contactos en las más altas esferas del partido nacionalsocialista a
cambio de adornar con su pluma los comportamientos transgresores de los hombres
de las SS.
-Hola Max, necesito que tu lengua viperina salga de la cueva y derrame
su veneno- le ordené- Dime, ¿dónde
puedo encontrar el maletín robado de Prinz Albrecht Strasse?
-Hay un piso de un austero edificio de la Dircksentrasse, cerca de
Alexanderplatz. Será mejor que vayas armado…
Deje
unas monedas encima de la barra mientras sujetaba mi cigarrillo y me dirigí a
la puerta agradeciendo a Klausen su virtuosismo en el viejo arte de la
traición.
Al
cabo de un rato llegué al sobrio edificio de la Dircksentrasse y haciendo uso
de mi juego de ganzúas conseguí abrir la pesada puerta de acceso. Una vez
dentro comprobé que no tenía portero y me adentré en un lúgubre pasillo con
olor a humedad como si me encontrara inmerso en el interior de una enmohecida
cueva en los mismísimos fondos de una cascada. El silencio gobernaba aquella
construcción cuyas paredes estaban desconchadas como si de un óleo humedecido
por el rocío de la mañana se tratara. Ascendí por la escalera hasta el segundo
piso y observé cómo una de las puertas estaba abierta. Eché mano de mi arma y
ayudándome del cañón la empujé hasta que pude ver el interior de la estancia.
Libros, cojines y demás objetos se disponían en desorden total por toda la
vivienda, como si alguien hubiera husmeado antes que yo. De repente, percibí un
fuerte golpe en la parte trasera de mi cabeza que me hizo viajar a través del
mayor agujero negro jamás formado y caer al abismo de la inconsciencia con
tanta premura que apenas vislumbré el fondo del recibidor del piso.
Cuando
desperté, estaba sentado y maniatado. La cabeza me iba a estallar y una grave
voz me instaba a abrir los ojos al tiempo que golpeaba con brío mi carrillo
izquierdo.
-¡Despierta perro! Te voy a enseñar a guardar tu hocico a buen
recaudo…-me decía- …has venido al
sitio equivocado...
Pude
observar el rostro de mi captor con expresión despiadada, vestía el
inconfundible traje negro con el totenkorp presidiendo la gorra de plato. Una
cruz de hierro colgaba de su chaqueta, pero fue la profundidad de su mirada de
ojos claros la que me hizo estremecer en consonancia con lo terrorífico de su
puesta en escena. Sentí el frío cañón de una Luger en mi frente. Si algo
detesto más que acostarme con una mujer fea, es levantarme con esa misma mujer
fea a la mañana siguiente. Y por encima de esto último, es que me apunten con
una pistola. Tuve que hacer esfuerzos por contener mi ira, pero mi posición en
la negociación era tan sumisa como una corista en brazos de un
Obergruppenführer con varios billetes en la cartera. Decidí no empeorar la
situación y me dispuse a colaborar, pero entonces recibí otro golpe que me
volvió a dejar KO. Con el nuevo despertar, todo daba vueltas a mi alrededor
como si me encontrara en medio del viaje cruel de un carrusel.
-Supongo que buscabas este maletín- escuché como si me hablaran en
medio de una caja de resonancia.
Vi
como levantaba frente a mí un pequeño bolso de piel y de éste sacó un dosier.
Lo abrió por una de sus páginas centrales y me lo mostró:
-¿Puedes leer este documento, podrida escoria?
-Lo intentaré- dije tras escupir los restos de sangre que aún tenía
en mi boca…
Por
la presente y en nombre de nuestro glorioso Fürher, nombro defensores de las
Leyes de Protección de la Sangre y Honor Alemanes, y por lo tanto
representantes de la Ley de Ciudadanía del Reich a:
Lammers, Hans Heinrich;
Wolff, Karl;
Heydrich, Reinhard;
Canaris, Wilhelm
Falkenhorst, Hans
Bauman, Otto
Firmado:
Heinrich Himmler
Obergruppenführer SS
Cuando
leí mi nombre se me heló el corazón y sólo pude preguntar:
-¿Por qué coño está mi nombre en esa lista?
-El propio Himmler incluyó tu nombre y el de otros ex-policías del Alex
como estrategia de defensa ante investigadores tránsfugas…,¿o acaso creías que
dejaríamos cabos sueltos, rata inmunda?, así que, a partir de ahora, deja de
asomar tu apestosa cara o acabarás haciendo compañía a los peces del río Spree…
-¡Pero fue el propio Falkenhorst el que me contrató para recuperar esos
documentos…!
-¿Todavía no te has dado cuenta que has sido traicionado?, Falkenhorst
ya está colgado de una cuerda de piano por un delito de alta traición. La
inteligencia rusa ha infiltrado agentes en la comitiva del Comité Olímpico,
dispuestos a hacerse con toda prueba que nos incrimine…y él estaba dispuesto a
venderse a los bolcheviques en un infame acto de deslealtad…entonces apareciste
tú y no nos queda más remedio que liquidarte a ti también, puto miserable…
-¡Maldito Klausen! ¡Cómo he podido confiar en ese cronista de tres al
cuarto…!
-Llevamos tiempo siguiendo a Hans Falkenhorst y tenemos la
transcripción de vuestra conversación telefónica en que contrataba tus
servicios. No fue difícil encontrarte, deberías controlar más a tus
informadores, o al menos leer sus editoriales… Te arrepentirás de haber
aceptado un trabajito contra nuestra gloriosa patria…
El cañón de la
Luger volvió a mirarme fijamente a los ojos.
-¡Heil Hitler! –pronunció
enérgico.
…y
me sumí en el más recóndito sueño…